- Aventura y Montaña
- No hay comentarios
Una entre 2.000. Esas son las posibilidades de fallecer para aquellos que practican salto BASE —siglas en inglés para Building, Antenna, Span and Earth (edificios, antenas, puentes y tierra), los lugares desde donde se salta—. Un precio muy alto por unos segundos disfrutando de la sensación más cercana que se conoce a volar. Lo extraño es que el número de adeptos crece cada año. No cabe duda de que la adrenalina ejerce un efecto adictivo.
Se estima que en los últimos 30 años han perdido la vida unas 170 personas practicando este deporte. Casi seis al año. Es decir, uno cada dos meses. No se conoce deporte más peligroso. Lejos de la tasa de mortalidad de 1 de entre 2.300 saltos se sitúan los siguientes deportes más peligrosos en términos estadísticos: la escalada y el paracaidismo. La tasa de mortalidad de ambos deportes alcanza a 1 de cada 27.000 escaladores y a 1 entre 75.000 saltos, respectivamente.
Sin plan B
Se trata, sin duda, de un deporte sin plan B. Y es que el peligro viene ya implícito en el nombre. Los lugares desde donde se salta son los que generan el riesgo, pues a diferencia del paracaidismo donde se salta desde un avión a unos 3.000 ó 4.000 metros (lo cual da margen de maniobra en caso de imprevistos), la altura desde la que se salta en el BASE (normalmente bastante inferior a los mil metros) no es suficiente para tolerar errores. Por si fuera poco, en salto base solo se lleva un paracaídas. El segundo no tiene sentido: si no se abre el principal, no da tiempo a desplegar el de emergencia.
Y sabiendo todo esto, ¿cómo es posible que haya personas que lo practiquen? Pues parece ser que tales actos pueden producir sustancias químicas similares a la morfina y proporcionan una sensación de éxtasis que mejora el estado de ánimo y que puede servir como un analgésico: mientras más peligroso es el salto, más potente es el éxtasis. De otra forma no se explica que a pesar de las relativamente frecuentes trágicas noticias (se nos vienen a la cabeza los casos de Alvaro Bultó, Darío Barrio y el más reciente de Dean Potter), los aficionados a este deporte extremo continúen saltando.
La gente que practica este tipo de deporte tan extremo no es que no tenga miedo. Sí lo tiene. Están asustados a la vez que entusiasmados. Es entonces cuando se libera la dopamina, causante de una sensación de placer. Se siente miedo y emoción a la vez, pero sobre todo euforia al acabar. Lo cual provoca que la gran mayoría quiera repetir. Un desafío a las leyes de la naturaleza en toda regla.
Regulación inexistente
No es de extrañar que esta actividad esté prohibida en muchos lugares (como en los Parques Nacionales de Estados Unidos, donde falleció Potter), lo cual no impide que los practicantes realicen saltos reivindicando la libertad para arriesgar su vida con el salto base. En España existe una Asociación Española de Salto Base (AESBASE) que aglutina a los amantes de este deporte. No obstante también hay ciertas lagunas legales. No está regulado y no hay academias oficiales, solo cursos sin seguro. Además, no existe un mínimo de saltos exigibles en paracaídas antes de realizar este deporte. Parece, pues, imprescindible que se desarrolle algún tipo de regulación para esta actividad adictiva para unos y aterradora para otros.