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La basura se acumula en el Monte Everest. La apertura al turismo de los Himalayas y el constante flujo de alpinistas en su afán por conquistar la montaña más alta del mundo ha dejado una huella de inmundicia y porquería, de la que se ha empezado a tener constancia pública estos días.
Durante el último mes, una treintena de operarios contratados por el Gobierno chino ha retirado un total de 8,5 toneladas de basura, entre ellas 2,5 toneladas de heces humanas y 1 tonelada de equipos de alpinismo. Es un primer balance pero no es, ni mucho menos, el definitivo. Desde hace décadas, son miles de turistas que cada temporada pasan por el Campo Base del Everest guiados por agencias internacionales que se encargan de gestionar los permisos y las expediciones. Sin ir más lejos, durante la última temporada de escalada fueron un total de 648 alpinistas los que ascendieron el Everest desde la parte tibetana y la nepalí.
Este constante flujo de escaladores y turistas ha ido dejando a lo largo de los años un reguero de porquería cuyas consecuencias se están descubriendo poco a poco. Pero la falta de limpieza en el Everest no es un problema nuevo: de hecho, durante los últimos años se han promovido diversas iniciativas dirigidas a preservar la limpieza del monte, aunque con poco éxito. Una de las últimas fue la aprobada en 2015 por las autoridades del Tíbet, que comenzaron a repartir a cada alpinista dos bolsas de basura con capacidad para ocho kilos con la sana intención de que descendieran con ambas llenas, bajo amenaza de multa de 4.000 dólares. Pero a nadie se le escapa que llevar a cabo estas tareas de limpieza por encima de los 8.000 metros resulta poco menos que una quimera. Así lo defendía uno de los integrantes de la expedición de limpieza, el escalador chino Ma Liyamu: limpiar a 8.000 metros sobre el nivel del mar “es casi tan complicado como alcanzar la cima”.
Hoy, la situación en la montaña más alta del mundo es casi insostenible: no solo se acumulan los restos de basura, comida y material, sino que, tal y como denunció la Asociación de Montañismo de Nepal, una gran cantidad de excrementos humanos se congela y no llega a descomponerse, lo que provoca problemas de contaminación y un importante riesgo sanitario.
El alpinista Carlos Soria, en una reciente entrevista radiofónica, explicó que la situación que vive el Everest es “exagerada”, y la única forma de resolverla pasa por obligar a las agencias internacionales a que se responsabilicen de la limpieza: “Hay que obligar a las agencias, que son las que están ganando un montón de dinero con estas expediciones. Lo único que hay que hacer es advertirles de que les van a quitar los permisos si no bajan todo lo que se han llevado allí”.
El veterano montañero de 79 años, que se encuentra inmerso en los preparativos de una nueva expedición al Dhaulagiri, afirma que él mismo ha sido testigo de la cantidad de restos que dejan las expediciones. Incluso recuerda cómo una revista americana decidió pagar a los sherpas que participaban en las expediciones por cada botella de oxígeno que habían sido abandonadas por los escaladores y que ellos bajaban. En cualquier caso, Soria insiste en que la responsabilidad de la limpieza del Everest debe recaer sobre las agencias que organizan las expediciones y piden los permisos. “Tanto si ascienden en helicóptero hasta el Campo Base como si lo hacen con porteadores, hay que obligar a las agencias a que bajen todo el material y los desperdicios que generan”.
La iniciativa del Gobierno chino no es la primera que se lleva a cabo para limpiar y concienciar a los alpinistas de mantener limpio el Everest. El año pasado, un movimiento franco nepalí denominado Everest Green y organizado por la asociación Montagne et Partage, organizó una expedición similar para limpiar la zona de deshechos. El presidente de esta asociación calculó que la ruta normal del Everest escondía entre cuatro y cinco toneladas de basura; sin embargo, las previsiones del Gobierno nepalí elevan esta cifra de desechos hasta las 50 toneladas.