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Una obra maestra de la naturaleza. Una auténtica joya a nivel paisajístico, geológico y natural. El monte Jaizkibel, considerado por algunos como el final del los Pirineos, transcurre paralelo al Mar Cantábrico desde Pasaia hasta el faro de Higer en Hondarribia. Más de 20 kilómetros de acantilados en un entorno semivirgen que alberga, entre otras maravillas, unas formaciones de arenisca únicas en el mundo conocidas como “boxwork”. Algunos lo llaman el Valle de los Colores. Un escenario único, desde luego.
Los expertos lo consideran uno de los tesoros de los litorales del continente europeo. No es para menos. De hecho, este espacio está incluido en la Red Natura Europa 2000 y por lo tanto considerado lugar de importancia comunitaria, por lo que debe ser especialmente protegido y conservado por lo gobiernos pertinentes.
A nivel geológico el entorno del monte Jaizkibel alberga una peculiaridad morfológica: las areniscas. Extravagantes geoformas escultóricas de pseudokarst en arenisca llamadas “boxwork” solo comparables a las de algunas zonas de Sudáfrica y Australia hacen de una travesía por este monte una experiencia sin igual. El modelado de estas rocas es el resultado de millones de años de erosión. Su combinación con el azul del oceáno convierten una ruta por la zona en mucho más que una excursión montañera. Tan es así que el mismísimo poeta y escritor francés Victor Hugo se inspiró en estos paisajes para crear algunos de sus escritos sobre la costa.
Pero Jaizkibel también cuenta con peculiaridades a nivel de fauna y flora. Se trata de un monte con diferencias notables entre sus dos caras, puesto que la norte es la constantemente expuesta a los vientos y borrascas provenientes del océano, lo cual provoca fenómenos meteorológicos curiosos y peculiares. Los habitantes de la Comarca del Bidasoa conocerán a buen seguro la típica “txapela” (nubes provenientes del mar que ascienden la cara norte para después descender por la sur rumbo a Hondarribia e Irun) que suele anunciar un rápido empeoramiento del tiempo; sobre todo en días de verano en los que la gente tiene que huir corriendo de las playas ubicadas más allá de la cara sur del monte gipuzkoano.
Un paraíso para los deportistas
Fuera de todo duda el incalculable valor natural de la zona (amenazado por algunos proyectos de obra portuaria) cabe resaltar el inmenso tesoro que supone para los deportistas de la zona. Jaizkibel es una de las mecas del búlder de la zona norte de la Península Ibérica. Su roca arenisca alberga multitud de zonas de bloque salteadas por el monte. Existe incluso una guía elaborada por un conocido escalador local que detalla zonas, bloques y vías. También se puede practicar psicobloc e incluso hay una escuela de escalada conocida como Txakur Txiki, pocas vías pero en un enclave espectacular.
Los amantes del trail running cuentan con un recorrido, por el cual discurre todos los años una carrera, que va desde Hondarribia hasta Pasaia. El mismo, llamado Talaia, consta de 24 kilómetros con más de 1000 metros de desnivel acumulado. Exigente y duro pero de una belleza sin parangón. Nos cruzaremos con vacas, ovejas, burros y pottokas, bordearemos calas de ensueño y nos adentraremos en frondosa vegetación oceánica. Y por si fuera poco, contemplaremos restos de asentamientos prehistóricos y antiguas fortalezas. Este mismo camino se puede hacer andando, en bicicleta, caballo, o practicando canicross. De hecho, Jaizkibel también alberga una carrera de esta modalidad que consiste en correr junto a un perro.
Para los que les tire más el mar, las aguas que golpean contra los acantilados de Jaizkibel son un escenario ideal para la pesca submarina y el buceo. Las numerosas y en ocasiones inaccesibles calas ofrecen una gran variedad de fauna marina. Eso sí, cuidado porque el litoral es víctima frecuente de los embates del mar. Y para poner la guinda a una jornada que puede ser de ensueño siempre cabe la opción de desviarse en algún punto de la ruta (la ermita de Guadalupe con sus increíbles vistas a la Bahía de Txingudi, por ejemplo) y comer algo en un marco incomparable.
Fauna y flora de valor
En los acantilados costeros las plantas han tenido que adaptarse a lo largo del proceso evolutivo de las duras condiciones de viento, salinidad, pendiente y poco sustrato disponible para su asentamiento. Son estas duras condiciones las que han marcado el proceso. Plantas como el hinojo marino o en la zona alta de los acantilados, la armeria euscadiensis, una planta preciosa que solo crece en ciertas zonas del litoral Gipuzkoano, adornan este relieve. Otros de sus ecosistemas notables son el melojar o bosque de roble pirenaico, el bosque termófilo que se desarrolla debido a las condiciones microclimáticas en Jaizkibel, y las turberas ácidas de esfagnos, cuya población en Jaizkibel es una de las más meridionales de Europa.
En cuanto a la fauna, Jaizkibel es un lugar estratégico para la aves marinas en sus kilométricas migraciones. Sus calas y acantilados albergan roqueros, cormoranes, alcatraces, frailecillos o araos, así como una de las mayores colonias de gaviota patiamarilla y gaviota sombría del litoral cantábrico.
Además, y por si fuera poco, Jaizkibel también está considerado reserva marina. Las calas que saltean el recorrido que transcurre pegado a la costa, conocido como Talaia Ibilbidea, son dignas de una isla paradisiaca. Su inaccesibilidad es más que un impedimento una bendición para las especies que habitan sus aguas. El litoral de Jaizkibel uno de los ecosistemas marinos mejor conservados del litoral vasco y del continente. Muchas especies de crustáceos, bivalvos, peces, equinoideos, asteroides, algas y cefalópodos las pueblan. Otros las visitan periódicamente en busca de cobijo y alimento, como es el caso del delfín mular o el delfín común.
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Bien descrito. Suscita interés y valora un espacio que es mucho más que “mineral”