- Aventura y Montaña
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El nombre de Aron Lee Ralston no figura en el libro de oro del alpinismo; de hecho, es posible que sea un aventurero y senderista más que un montañero. Pero hace 14 años se convirtió en el protagonista de una dramática hazaña de supervivencia que incluso fue llevada al cine: su coraje e instinto le permitieron amputarse su propio brazo para escapar de una muerte segura.
Ralston era un joven ingeniero mecánico nacido en Ohio cuya pasión por la naturaleza y el aire libre le hizo dejarlo todo a los 27 años y dedicarse a escalar los 53 Colorado fourteeners, los picos de ese estado norteamericano con una altitud superior a los 14.000 pies (alrededor de 4.267 metros).
La odisea que marcaría su vida comenzó durante los meses de abril y mayo de 2003, mientras practicaba senderismo en Blue John Canyon, cerca de Moab, en Utah. Ralston se encontraba en la garganta de un cañón cuando una roca se desprendió, le aplastó el brazo derecho y le dejó prácticamente inmovilizado. Con un dolor insoportable, intentó zafarse de la piedra que le mantenía preso, pero todos sus intentos fueron en vano. Su situación no mejoraba y en poco tiempo el joven fue dándose cuenta de la dramática situación en la que se hallaba: estaba aprisionado en una garganta situada en medio de la nada, sin teléfono ni víveres y, lo que resultaba más inquietante, sin que nadie tuviera ni remota idea de dónde se encontraba.
Durante 127 interminables horas, Ralston intentó sin éxito quebrar la roca o moverla pero poco a poco las fuerzas le fueron abandonando. El agua que tenía se fue agotando, y se preparó para el final. Cogió su navaja y talló su nombre, su fecha de nacimiento y el día que había previsto que moriría en la pared del cañón de piedra arenisca. Y grabó en vídeo su último adiós a su familia.
Pero no se resignó a morir: aun deshidratado y atormentado por los delirios, Ralston se armó de coraje, cogió su navaja, una multiusos desafilada, “de esas que regalan con una linterna”, y se dispuso a amputarse el antebrazo derecho.
Primero tuvo que romper los dos huesos, el cúbito y el radio: hizo palanca con una roca y los quebró. Después comenzó a cortar la piel y el músculo. Según él mismo escribió en su libro Between a rock and a hard place, lo peor vino más tarde, cuando le tocó seccionar los tendones y el hueso remanente. “Era un dolor que surgía de lo más profundo del alma”.
Después de esta espantosa experiencia, el joven por fin se liberó de su brazo atrapado. Lo primero que hizo tras recuperar la consciencia fue tirarse sobre un charco de agua estancada para beber. Se había cortado el brazo, pero todavía le quedaba mucho para poder considerarse a salvo. Tuvo que hacer rappel para descender una escarpada pared de 20 metros y caminar por el desfiladero bajo un sol abrasador, estrechamente vigilado desde el aire por un grupo de buitres. Hambriento, deshidratado y moribundo, sacó fuerzas de la nada para continuar andando hasta que se topó con tres turistas.
Seis horas después de amputarse el brazo, Ralston fue evacuado en helicóptero mientras los equipos de rescate recuperaban su extremidad.
El joven regresó a la zona que estuvo a punto de convertirse en su ataúd seis meses más tarde, en su cumpleaños: además de rodar un documental sobre su experiencia, Aron L. Ralston enterró las cenizas de una parte de su vida, que se había quedado allí.
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muy bueno!