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Cerca del campo base del Annapurna hay un pequeño memorial budista que honra a uno de los mejores himalayistas de la historia. “Las montañas no son estadios donde satisfacer nuestra ambición deportiva, sino catedrales donde practicar nuestra religión”, reza el epitafio de Anatoli Boukreev. El kazajo falleció en esa montaña en 1997.
A Boukreev se le recuerda por su estilo rápido, ligero, muchas veces en solitario. Nació en 1958 al sur de los Urales, creció en Kazajistán, se hizo un nombre en el Caúcaso y triunfó en el Himalaya. De 1989 a 1997 hizo cumbre 18 veces en montañas de más de 8.000 metros. Cuando murió, con solo 39 años, ya era una leyenda.
Y como le pasa a muchas leyendas, no siempre fue comprendido.
Boukreev tiene la mala fortuna de ser el antihéroe en uno de los libros más vendidos del montañismo, Mal de altura (Desnivel, 2008). La obra es adictiva, de las que se lee de una tirada en una noche que se nos va de las manos. Su autor, el periodista Jon Krakauer, relata desde dentro la tragedia del Everest de 1996, en la que fallecieron ocho personas de tres expediciones distintas. Krakauer, que estaba en la montaña para escribir un reportaje, alcanzó la cima y sufrió en el descenso. Luego escribió el libro, en el que recoge la cadena de errores que llevó al desastre.
Boukreev es retratado como un guía irresponsable que sube el Everest sin oxígeno adicional y que llega a su tienda antes que sus clientes.
Aunque los dos hechos son ciertos, también hay que recordar otras tres verdades que añaden matices al relato:
1) Ninguno de los clientes de Boukreev falleció -sí lo hizo el jefe de su expedición-.
2) El kazajo descendió tras esperar en la cima hora y media .
3) Y, pese a que acababa de ascender el Everest, salió en plena noche de su tienda en el campo IV, jugándose el tipo, para rescatar a tres alpinistas a más de 8.000 metros en una operación cuanto menos épica. Al día siguiente, con todo el agotamiento acumulado, volvió a subir hacia la cima en búsqueda de más supervivientes. A 8.400 metros, encontró el cadáver de Scott Fischer, jefe de su expedición. El alpinista recuperó algunos objetos personales de su amigo para entregárselos a la familia del fallecido.
El legado
Molesto por cómo había sido descrito, Boukreev respondió con otro libro, The Climb. Seis semanas de su publicación, el kazajo falleció sepultado por un alud en el Annapurna, la décima montaña más alta del planeta. Krakauer añadió después unas notas finales a Mal de altura, en las que mostraba su pena por la pérdida y en las que se reafirmaba en la tesis de que si uno es guía en el Everest debe hacerlo con ayuda de botellas de oxígeno dado que es responsable de las vidas de sus clientes.
En memoria del montañero kazajo, se levantó el memorial budista con su famosa cita, que suelen visitar y leer todos los que intentan hollar el Annapurna. Que recuerden que la montaña no está ahí para satisfacer sus ambiciones, justo antes de iniciar el camino a la cima, es el legado que dejó Boukreev.
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1 Comentarios
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