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El pasado 27 de febrero, el calor pulverizó todos los registros históricos al marcar una temperatura máxima en Donostia-San Sebastián de 25,6oC en el observatorio de Igeldo, la más alta de los últimos 92 años. Pero lo curioso es que solo un año antes, la capital guipuzcoana había registrado valores anormalmente bajos, que llegaron a los -3 oC de temperatura mínima. Algo parecido ha ocurrido con Bilbao: el pasado 28 de febrero, una capa de polen primaveral cubría todas las superficies de la ciudad, mientras que un año antes la ciudad sufría una imponente nevada.
Estos contrastes podrían ser simples anécdotas si no fuera porque los registros de temperaturas medias en nuestro entorno confirman que detrás de todos ellos se esconde el cambio climático. Un reciente informe del Observatorio de la Sostenibilidad revela que la temperatura media de las capitales vascas ha subido entre 1 oC, en el caso de San Sebastián y 1,5 oC en el de Vitoria desde que existen registros. La subida experimentada por la capital guipuzcoana es la más progresiva, puesto que la referencia es del año 1929, cuando la temperatura media fue de 13,1oC. En el caso de Bilbao, entre 1948 y 2018, la temperatura media ha pasado de los 14,2 a los 15,3oC, mientras que en el de Vitoria el ascenso ha sido el más pronunciado: 1,5oC desde 1974, hasta quedar situada en 12,4oC de media.
En el ámbito peninsular, hay que viajar hasta Salamanca para encontrar la única ciudad que ha visto descender su temperatura media: fue de 0,09oC, una bajada más que discreta comparada con la media. Y, desde un punto de vista global, la temperatura media el pasado año fue la cuarta más elevada desde que se tienen datos y 1oC superior a la registrada en la era preindustrial (1850-1900), según un informe de la Organización Meteorológica Mundial.
Ya nadie duda de que detrás de estos registros se encuentra el cambio climático, que no solo afecta al calentamiento global y al aumento de las temperaturas medias sino que tienen otras consecuencias que vemos cada vez con mayor frecuencia a nuestro alrededor.
Según Greenpeace, durante el siglo XXI se producirá un aumento de entre 10 y 68 cm del nivel del mar en las costas peninsulares, aunque serán las playas del Cantábrico las más afectadas, y ciudades como Donostia y A Coruña verán cómo el agua del mar llega hasta sus calles.
A todo esto se sumará el aumento de las sequías, que están asociadas al incremento de la temperatura; las olas de calor como las que ya hemos sufrido, y la pérdida de glaciares pirenaicos, que sufrirán riesgo de desaparición en la segunda mitad del siglo.
Pero el calentamiento global también afectará a nuestros mares, y eso podría traducirse en un riesgo potencial para determinadas especies marinas, y la modificación de las rutas de algunas de ellas, especialmente los túnidos, que podrían afectar al sector pesquero del Cantábrico.
Y, por último, los incendios forestales. El año 2017 fue el segundo peor año de la década, y las comunidades autónomas del noroeste, las más afectadas. Eso, sin contar con la oleada de incendios que se han producido durante el último mes en el norte de la península. Si bien es cierto que la mayoría de estos incendios son provocados, las altas temperaturas y el descenso progresivo de las precipitaciones han terminado agostando el suelo y empeorando las condiciones de propagación.
Pero además de tener consecuencias para nuestro ecosistema, el calentamiento global se traduce en índices de contaminación inusualmente elevados por la falta de lluvias, hecho que se traduce en un empeoramiento de la calidad del aire y problemas sanitarios relacionados con alergias y asma.
Todos son síntomas del avance del cambio climático, una realidad que vemos cada vez más cerca y que se muestra de manera tangible en nuestro día a día.